¡Mujer al agua!
¿Cómo? ¡Un segundo! ¿Eso es por mí? ¡Aahhh! ¡Que sí! Que me he caído por la borda. Yo tan segura, tan tranquila, mirando cómo las olas chocaban contra esa parte del barco que no tengo ni idea de cómo se llama, solo que es de madera —porque es de madera, ¿verdad?—. En fin, que antes estaba allí y ahora estoy aquí. Y me va a comer un tiburón o un calamar gigante o una langosta del tamaño del Titanic. Imagínatelo: comienzo a ver mi vida pasar ante mis ojos ahora que todo iba viento en popa.
Mi recién encontrado padre ya no me comprará todos los regalos que me debe —que no me olvido, ¿ehh?—. No podré presentar la colección de bolsos en la que Dakota y yo hemos trabajado —tan linda— y no podré descubrir por qué le caigo tan mal a ese chico malhumorado — y sexi, sexi también es un rato— con el que, por cosas del destino, he terminado compartiendo casa.
¿Y ahora? ¡Oh, anda! ¿Y esos brazos? ¿Y ese pecho fornido? ¿Y esa fuerza descomunal? Tal vez haya subido al cielo de los maromos. Si es así, me quiero quedar en este lugar. «Sí, acepto».
En fin, me llamo Maia y, aunque pueda parecer lo contrario, soy una persona muy cabal. ¿Qué? ¿No me crees? Por favor, ¿cómo puedes haber llegado a esa conclusión? Espera, no puedo entretenerme, está… el pescador malhumorado está frunciendo el ceño —otra vez—. Te dejo, necesito pensar para saber cómo salir de esta. ¿Me acompañas?