¡Hola, romántic@s! ¿Cómo lo estáis llevando? ¡Espero que genial! Hoy os comparto mi opinión de Crueles intenciones, una película icónica de finales de los años noventa. ¿Os animáis a leer la reseña? ¡Vamos a ello!
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Hay películas que marcan una generación, que se quedan grabadas en la memoria colectiva por su audacia, sus personajes inolvidables y sus giros emocionales. Crueles intenciones (Cruel Intentions, 1999) es, sin duda, una de ellas. Adaptación moderna del clásico francés Les liaisons dangereuses de Pierre Choderlos de Laclos, esta historia de amor retorcido, traición y redención nos sumerge en un juego peligroso donde el deseo y el orgullo chocan sin piedad. Y lo hace con un estilo noventero irresistible.
Un juego siniestro en la alta sociedad neoyorquina
La película nos presenta a dos jóvenes privilegiados: Kathryn Merteuil (Sarah Michelle Gellar) y su hermanastro Sebastian Valmont (Ryan Phillippe). Ambos son ricos, guapos, inteligentes… y absolutamente manipuladores. Aburridos de su vida de lujos y apariencias, encuentran entretenimiento en arruinar la vida de los demás, especialmente si pueden hacerlo con una sonrisa en los labios.
Todo comienza cuando Kathryn quiere vengarse de un exnovio que la dejó por una chica inocente llamada Cecile (Selma Blair). Para ello, propone a Sebastian que la seduzca. Pero él tiene otros planes: su verdadera obsesión es Annette Hargrove (Reese Witherspoon), una joven que ha escrito un ensayo defendiendo la castidad hasta el matrimonio. Así nace una apuesta entre ambos hermanastros: si Sebastian logra conquistar a Annette, Kathryn se entregará a él; si falla, ella se quedará con su querido coche deportivo.
A simple vista, Crueles intenciones puede parecer una historia de adolescentes rebeldes. Pero lo que la convierte en una obra fascinante es la complejidad psicológica de sus personajes y la manera en que explora temas como el poder, el control, la sexualidad y la redención emocional.
Personajes intensos y una química electrizante en Crueles intenciones
Uno de los grandes aciertos de esta película es su casting. Sarah Michelle Gellar brilla con un papel completamente opuesto a su conocida Buffy: aquí es manipuladora, fría y absolutamente hipnotizante. Su Kathryn es una villana que ama el poder tanto como desprecia la vulnerabilidad. Ryan Phillippe, por su parte, nos muestra a un Sebastian que pasa de ser un depredador emocional a un joven que, contra todo pronóstico, empieza a sentir algo real.
Y aquí entra en juego Annette, interpretada con una mezcla perfecta de dulzura y firmeza por Reese Witherspoon. La química entre ella y Phillippe (que por entonces eran pareja en la vida real) traspasa la pantalla. Su historia no es solo una conquista más, sino un viaje hacia la empatía, el autoconocimiento y, finalmente, el sacrificio.
Selma Blair, en un papel mucho más ingenuo, ofrece un equilibrio perfecto con su Cecile: divertida, inocente y víctima de los juegos crueles que se tejen a su alrededor. Mención aparte merece la evolución del personaje de Sebastian, que comienza como un símbolo de arrogancia y termina convirtiéndose en un alma herida que descubre —casi demasiado tarde— lo que significa amar de verdad.
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Crueles intenciones; una historia de amor disfrazada de manipulación
Aunque pueda parecer contradictorio, Crueles intenciones es, en el fondo, una historia de amor. No de esas limpias y esperanzadoras, sino de las que duelen, de las que se abren paso entre el ego, el deseo y la culpa. Hay pasión, sí, pero también redención. Y eso es lo que la hace tan memorable. Es una película que no edulcora sus emociones, que nos muestra la cara más oscura de las relaciones humanas, pero que también nos habla de la capacidad del amor para transformar incluso a los más endurecidos.
Una estética marcada y un final que deja huella
Visualmente, la película juega con la opulencia y la sensualidad: planos cuidados, ambientes lujosos y una banda sonora inolvidable. La canción “Bittersweet Symphony” de The Verve en el clímax final no solo encaja a la perfección, sino que se ha vuelto casi sinónimo de la película.
El desenlace es potente, emotivo y tremendamente catártico. Sin hacer spoilers, puedo decir que cierra la historia con justicia poética, dándonos una lección sobre el precio de jugar con los sentimientos ajenos… y propios.
¿Vale la pena verla hoy?
Definitivamente, sí. Crueles intenciones ha envejecido sorprendentemente bien. Su historia sigue siendo actual porque toca fibras universales: el amor, el deseo, la venganza, la redención. Además, ofrece una visión muy interesante de cómo las emociones pueden ser manipuladas… y cómo, a veces, el amor verdadero aparece donde menos lo esperas.
Si te gustan las historias intensas, con personajes complejos y giros emocionales inesperados, esta película es una parada obligatoria. Y si ya la viste, te aseguro que volver a verla con ojos adultos puede revelarte matices que antes pasaste por alto.
¡Y hasta aquí la reseña de Crueles intenciones! ¿Qué te ha parecido? ¿Has visto esta película icónica de finales de los noventa? ¡Te leo en los comentarios! Y por supuesto… ¡nos leemos en la próxima entrada!